– ¿A qué época te refieres cuando dices “antes”?
– Qué más da. Antes es antes.
Hiromi Kawakami
Antes esperaba con ansiedad los discos nuevos, revisaba fechas de salida, buscaba en revistas información sobre que bandas estaban trabajando en el estudio. Me gustaba sentarme a imaginar cómo sonarían las nuevas canciones de mis grupos favoritos.
El tiempo todo lo cambia, por fortuna. Ahora con tanta tecnología consigo muchos más discos de los que puedo escuchar, muchísimos más de los que puedo procesar o incluso disfrutar.
En los momentos que no son antes, me pongo a desear que no se acumulen los discos, que las bandas tengan paciencia, que no sean presas del impulso acelerado de la industria musical.
Con evidente egoísmo espero que cada banda que me gusta se tome el tiempo para grabar, que no solo lo haga para satisfacer la necesidad de salir de gira y poder cobrar algo del dinero que ya no les deja la casi inexistente venta de discos.
Pero no, siguen y siguen grabando, como si la cuestión creativa fuera algo tan sencillo de repetir, como si se tratara de un proceso industrializado de creación de canciones efímeras y olvidables.
Parece que el mundo de los músicos no entiende que me he vuelto más viejo, no en el sentido negativo, sino en el sentido de que reconozco de manera más acertada sus trucos, que ya no me impresiona cualquier pasaje pegadizo de una canción mal grabada.
Necesité seis párrafos para tratar de explicar por qué tenía casi diez años renegando de los discos nuevos de Interpol.
“Turn on the Bright Lights” y “Antics” representaron dos discos completos y sorprendentes, ese sonido un tanto obscuro pero intenso que era conducido por la voz de Paul Banks representaron poder vivir esa emoción juvenil de descubrir canciones.
Dos discos con piezas que tenían muchas apropiaciones de las bandas post punk que tanto me gustan, pero que a pesar de eso lograban tener algo nuevo, emocionante, algo que hacían de sus canciones himnos perfectos para recorrer la ciudad de noche, manejando a ningún lado.
Después fueron tres discos de búsqueda, de mantener algunos lazos con su origen pero tratando de ganar nuevo sonidos, de incorporar algunas ideas, no siempre de manera correcta, pero siempre buscando.
Sin embargo esa búsqueda dejó algunas buenas canciones y muchas más dudas, justo de ahí se alimentaba mi ansiedad por la salida de “Marauder”, no quería encontrarme de nuevo con un disco menor de un grupo que forma parte importante de la banda sonora de mi vida.
Por fortuna ahora no solo son unas cuantas buenas canciones, sino que no hay tanta búsqueda, es más intuitivo, la mayoría de las canciones fluyen, no porque sean improvisadas, sino que esa tendencia de los últimos años de pensar demasiado las canciones ya no se impone por sobre la destreza de la banda para construir piezas que se queden rondando en la cabeza, que se recuerden en la piel.
No es un retorno a un lugar cómodo, no son canciones que busquen emular la urgencia de las primeras grabaciones, es más la confianza de saber cuál es su lugar, cuáles son sus aciertos y debilidades.
Es entender que eso que hacían, ese “antes”, no es un pasado, sino una identidad.
Interpol ya no tiene que usar los discos como espejo donde reconocerse, se nota que saben quiénes son, igual tienen dudas, igual hay defectos que se notan en algunas canciones no tan buenas, pero al final son ellos, no hay que buscar la aprobación por aventurarse en terrenos ajenos.
“Marauder” se puede escuchar con emoción, al terminar la mayoría de las canciones solo deseas que llegue a tu ciudad la gira que te permita escucharlas en vivo.
Como bien dicen en “Flight of Fancy”, una de mis favoritas del disco, “This was made for me, This is make believe”, esta música está hecha para mí, este disco me hace creer.
No es un disco perfecto, tiene sus deficiencias, pero posee esa magia que permite que “antes” sea hoy, permite volver a sentir lo que me dio Interpol, me deja cerrar los ojos y dejarme ir.